viernes, 13 de mayo de 2011

latinoamerica en avance

La evolución reciente de varios países de América Latina ha hecho correr mucha tinta en relación con la percepción de crecientes amenazas para la estabilidad económica regional. Aunque comparto algunas de las preocupaciones, creo que, en buena medida, gran parte de la tirantez social que se ha despertado es consecuencia del surgimiento de un nuevo paradigma global positivo, que genera desafíos y tensiones sobre una región que avanza hacia la participación en una economía globalizada.
Este cambio trae consigo la oportunidad de dar un salto cuántico en los resultados económicos de la región, siempre y cuando esas sociedades demuestren ser capaces de avanzar sostenidamente en las reformas modernizadoras, tanto las de índole económica como las de tipo social.
Se trata de un paradigma promisorio. Pero el ritmo varía en la medida en que cada país emprende cambios, con frecuencia difíciles, creando rezagos que echan sombras sobre los progresos de la región. Estos cambios son esenciales para que, en la primera década del Siglo 21, los pueblos de la región puedan comenzar a cosechar los beneficios de las oportunidades que ofrece la globalización, y logren enfrentar los riesgos y desafíos que la acompañan.
Primero, los hechos. Tras la "década perdida" de los años 80, los años 90 marcaron una mejoría notoria para América Latina y el Caribe, quizá mucho más sustancial que la de los años 70.
El crecimiento del PIB aumentó al 4 por ciento en 1997, antes de que estallase la crisis del Asia y de los mercados emergentes. Y se está recuperando rápidamente otra vez: se prevé un 4 por ciento para este año, y una cifra algo mayor para el año próximo. Si observamos las tasas de crecimiento de los países, 17 de ellos pudieron incrementar la tasa de crecimiento anual media en los años 90 (el ingreso per cápita promedio de la región creció al 1.5 por ciento anual en los 90), en comparación con la tasa media de los 80; al mismo tiempo, 24 países registraron una reducción de la variabilidad de sus resultados de crecimiento, y 13 países lograron simultáneamente aumentar el crecimiento y conferirle mayor estabilidad. La inflación ha sido contenida, ubicándose en niveles de un dígito, tras décadas de inflación de dos dígitos. Y el firme crecimiento de la exportación y la reanudación de la afluencia de capitales privados netos significa que, en general, la balanza de pagos es hoy más sólida vista como región.
Estos resultados económicos se reflejan en progreso social. La brecha en el índice de desarrollo humano del PNUD se ha reducido en más del 20 por ciento entre 1975 y 1997, lo que señala una mejora sustancial de los indicadores sociales. Aunque la pobreza sigue afectando a unas 185 millones de personas, y aumentó en los años 80, dicho flagelo disminuyó significativamente en los años de 1990. Sin embargo, la pobreza se mantiene aún a niveles altos, afectando al 36 por ciento de la población latinoamericana. El tema de la distribución de ingresos entre quintiles o deciles, presenta un cuadro todavía desalentador.
Sin embargo ha habido cierto progreso. El crédito de este giro debe otorgarse a los propios países, que adoptaron reformas profundas y mantuvieron firme su ejecución durante los últimos 15 años. Pero, ¿ha bastado esto para ubicar a la región en la senda de un crecimiento rápido y decidido hacia el desarrollo social? Creo que aún no.
En primer lugar, las actuales tasas de crecimiento económico no bastan para alcanzar las metas sociales. Los encargados de la formulación de las políticas deben apuntar a un mayor crecimiento; pero también tienen que fortalecer el vínculo entre el crecimiento y la equidad. La equidad es la clave para la sostenibilidad del crecimiento. Segundo, la región no está explotando todavía todos los beneficios de la "nueva economía", es decir, la acelerada integración mundial impulsada por la revolución en la tecnología de la información.


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